La reconciliación de unos tacos.

Vivir en la Ciudad de México, no es fácil, eso no era novedad para mí. Pero cuando realmente llegue a vivir aquí, y por azares del destino, me encontré luchando junto a otras treinta mujeres para entrar en un vagón del metro, descubrí que no estaba en una ciudad extraña, pero en un planeta en el que había que sobrevivir. Cuando finalmente subí al metro, con el pelo revuelto, la bolsa en la cara y rogando que alguien me ayudara a bajar, nunca imaginé que el amor y la respuesta la encontraría en unos tacos al pastor. El mismo azar que me llevó al metro, me puso frente al programa de Anthony Bourdain sobre CDMX y Puebla. Me intrigaron esos rincones de dicha culinaria, y seguí los pasos de Bourdain a cada mordida por el DF.  Fueron pasos de felicidad, de la que no se puede negar cuando viene desde el estómago,  y en la calle, con unos tacos amé esta ciudad enloquecida, descubrí que su arte en cada salsa bien vale la pena alguna que otra lucha de ring del metro. La noticia de su suicidio la sentí tan dura, como el corte de un cuchillo filoso que no ves venir. Me deja una sensación de extrañeza profunda, en todo este mundo en el que cada vez es más difícil de respirar.  Pero me quedo con sus consejos, comer en un restaurante en martes, cuando el chef está despejado, y evitar como el mismísimo diablo, pedir un corte bien cocido, pues es probable que me enfrente al peor pedazo de carne, reservado para un comensal que poco aprecie la jugosidad de un buen bife. Buen viaje, feliz y pacífico, que donde quiera que estés Bourdain, unos buenos tacos te acompañen, aquí ya haces mucha falta.

 

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